R. Arnheim, afirmaba que el espacio no lo vemos, lo pensamos.
Para Coetzee, Calvino, Perec o Kawabata, la verdad es puro movimiento.
La experiencia de intentar atrapar la realidad siempre es múltiple, compleja, generosa y se expande hasta el infinito. Es un imposible llegar a conocerla plenamente pues al acercarnos la alteramos. Y al nombrar a las cosas seguimos relacionando, uniendo y fragmentando el lenguaje. Demasiadas veces esta relación es una simple fantasmagoría conceptual.
“Es como querer cristalizar a las olas, …», aunque… Hokusai lo hizo:
¡La maravillosa ola de Hokusai!
Cualquier intento de comunicar algo en cualquier lenguaje, siempre supondrá una pérdida y un olvido de su locus original. Una imagen, como la ola de Hokusai, es una cristalización temporal pero no abandonamos, creemos en lo que hacemos aunque sólo sea una ilusión. No querer detener el flujo de la realidad, sino comprendernos en él. Dejarnos arrastrar por el aluvión, trastocar el sentido, forjar esa ilusión.
María Zambrano en “Por qué se escribe”, lo expreso claramente: «Lo escrito es igualmente un instrumento para esta ansia incontenible de comunicar, de «publicar» el secreto encontrado, y lo que tiene de belleza formal no puede restarle su primer sentido; el de producir un efecto, el hacer que alguien se entere de algo».

