Presento aquí, unas series de obra sobre papel realizadas entre 2014-16) producto de un renovado interés por expresarme desde el silencio y la economía de medios
La inmersión en el paisaje urbano resuelto en las piezas de videoarte y performance me llevó a una crisis personal ante la gran cantidad de energía, tiempo y medios necesarios para realizar esas pequeñas piezas. Muchas veces en el camino, noté como se perdía parte de su esencia misma, siendo sustituida por azares, o compromisos entre las diversas variables, que una producción con un equipo profesional y unos recursos técnicos demanda.
Y de ese invierno surgió la nieve.
El escritor Japonés Yasunari Kawabata, comenzaba su Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, titulado: El bello Japón y yo, con este poema del monje Myôe (1173-1232).
Luna de invierno, que vienes de las nubes / a hacerme compañía: / el viento es penetrante, la nieve, fría.
Primero la luna de invierno, la nieve fría, la necesaria soledad, la crisis. La única compañera la noche, la luna, la nieve blanca. Negro y blanco, solo eso, paisaje atonal, oscuro, hasta encontrar el ajuste entre correspondencias.
Para ser exactos, al bello texto de Kawabata le precede otro poema del monje Dôgen (1200-1253) cuyo título Realidad innata (Honrai no Menmoku) lo expresa casi todo:
En primavera, flores de cerezo; / en verano, el cuclillo. / En otoño, la luna, y en invierno, / la nieve fría y transparente.
Los cito aquí cambiando el orden elegido por Kawabata pues se adaptan mejor al proceso en mí ocurrido. Entendí que la justa correspondencia no puede ser un estado congelado, sino que fluye como la vida, y que el paso del tiempo, simbolizado por las estaciones del año de este poema, es equivalente a el camino, la errancia, la deriva pero con otros medios.
Al igual que en la poesía clásica oriental, necesito de la experiencia en sí, de los cambios, de las estaciones y del paisaje concreto, vivido en un momento dado y sentido de forma irrepetible. Solo de ese limo, es posible que emerja esa síntesis del todo en uno, de lo general en lo particular, del encuentro con la plenitud en el vacío.
Así se suceden series de obra sobre papel, de facturas pobres. Surgen de una lenta inmersión en esos paisajes. Largos paseos las preceden. El frío o el calor las matizan. Un buen día pugnan por manifestarse, certezas evanescentes, caligrafías inmediatas, escrituras sobre sí mismas.
Al final de su discurso Kawabata alude a cierto intercambio de sentidos que no me es en absoluto ajeno:
“Éste es el espíritu de la pintura oriental. Sus características esenciales son la organización del espacio, el trazo simplificado, lo que queda sin dibujar. Para decirlo con las palabras del pintor chino Chin Nung: «Si pintas bien la rama, el viento tendrá voz».”
¿Y qué es la deriva? Es el sonido de los caminos aquí dibujados.